miércoles, 17 de abril de 2013

Jaque mate


 
Yo era un rey. Y tenía un castillo. Y una reina, y un Reino.

 

Y cuando solo era un simple plebeyo no tenía nada más que a mi mismo. Ni caballo, ni tierras, ni choza.

 

Y encontré a la princesa que me hizo creerme caballero. Y con lanza y espada aguijoneé a mi corcel y me enfrenté a cuantos quisieron devolverme a los caminos.

 

Yo era un rey. Y tenía un castillo. Y una reina, y un Reino.

 

Y me fui construyendo una casa. Y en la casa una torre. Y alrededor de la torre una muralla. Y pensé que sería inexpugnable.

 

Pero el enemigo es feroz e incansable y tumbó, de un solo golpe, la muralla y la torre. La torre y la casa. La casa y mi armadura.

 

Yo era un rey. Y tenía un castillo. Y una reina, y un Reino.

 

Pero no me di por vencido, porque sabía que mi reina así lo esperaba. Y cogí piedra a piedra, y levanté la casa. Y piedra a piedra levanté la torre. Y con la torre la muralla. Y me aposté en la puerta para que nada volviera a derrumbarlo.

 

Yo era un rey. Y tenía un castillo. Y una reina, y un Reino.

 

Y reinamos en nuestro Reino, en nuestro castillo, en nuestra casa. Y el duro camino que hasta allí llevaba se fue cuajando de flores.

 

Pero cuando caminamos por un sendero de rosas, olvidamos que debajo se esconden las más aceradas espinas.

 

Yo era un rey. Y tenía un castillo. Y una reina, y un Reino.

 

No cuidé los lienzos, desoí los crujidos del techo, no acerté a ver las nubes de polvo en el horizonte.

 

No supe advertir del peligro, ni quise buscar aliados. Cada piedra caída quise creer del suelo y la aparté a un lado. Y todo se vino abajo: castillo, torre, rey y reina. Y con todo, mi Reino.

 

Yo era un rey. Y tenía un castillo. Y una reina, y un Reino.

 

Polvo y arena donde estaba mi casa, y zarzas en el camino. Y ya no tengo fuerzas para retirarlos. O no quiero volver a hacerlo.

 

Yo era un rey. Y tenía un castillo. Y una reina, y un Reino.

 

Y ahora no tengo, ni donde dejar mis huesos.


Yo una vez creí reinar.