jueves, 21 de febrero de 2013

Benedicto XVI, Juego de Tronos.


Hoy, días después del anuncio de la dimisión del Papa Benedicto XVI, que volverá a ser a partir del día 28 de febrero, Joseph Aloisius Ratzinger, me levanto con un sabor agridulce.

Alguno ya me ha preguntado porqué yo, no creyente confeso, opino sobre algo que supuestamente me es ajeno. Craso error. Como ciudadano, residiendo en un país de marcado carácter religioso, y católico por demás, me afecta indirectamente. Como ciudadano también, debido a la influencia más o menos directa de lo Acuerdos de 1979 (continuación del Concordato 1953), y en estos momentos de gobierno de un partido conservador, de confesa militancia ultra católica de muchos de sus miembros, me afecta directamente por el hecho de que se intervenga moralmente en leyes que conciernan a todos los ciudadanos, creyentes o no, según su visión del mundo y del Ser Humano.

Como tal, me preocupan en grado importante los acontecimientos venideros.

Ayer, como ciudadano, tuve la tentación de caer en el chiste fácil, la descalificación impertinente y la alegría anticlerical. Ayer, en las redes sociales, alguno me descalificó, por preguntarme de forma retórica sobre la validez moral, que no legal, de la dimisión del Santo Padre. Ayer caí en el torpe e ignorante dialogo de besugos sobre la necesidad de la jerarquía de la Iglesia.

Ayer, también, me tropecé con mi propio prejuicio al juzgar a alguien que hasta ayer conocía de manera sesgada.

Hasta ayer, para mi el Papa Benedicto XVI, era ese alemán que llegaba desde una Congregación, como la de la Doctrina de la Fe, a todas luces ultra conservadora, casi retrógrada me aventuraría a decir.  La mano dura de la Iglesia, el martillo de herejes. Y así es como entró y creo que por lo que se sentó en la silla de Pedro. Después de un Papa como Juan Pablo II, que había vivido la mayor parte de su papado viajando por el mundo, que basó su “reinado” en el apostolado, en el acercamiento a la gente y sobre todo a los jóvenes, mientras su propia casa era descuidada, dejada al mando de una jauría sedienta de poder. Quizás por eso duró tanto y lo mantuvieron en el trono de Roma hasta su agónica muerte, en un lúgubre y tétrico espantajo de tragedia de teatro de sombras, similar al juicio a la momia del Papa Formoso.

Es posible que Ratzinger llegara al papado con esa máscara de malo de película que le pusimos los del otro bando. En un mundo cada vez más laico y alejado de Roma, donde hasta los propios católicos les miran con recelo, exprimidos por la crisis económica y los problemas cotidianos, la curia vaticana no ha sabido dar el paso que les separa de sus fieles y no fieles y ha levantado muro y foso entre ellos y el resto del mundo.

Como ciudadano, mi opinión era, hasta hoy, nefasta. Me alegré del mal ajeno, creyéndolo justo, ignorando la verdad.

 

Hoy, como digo, me levanto con sabor agridulce. Porque me he empapado durante todas estas noches de noticias y conclusiones, de historias y documentación, de comentarios de entendidos y contertulios. Porque hoy me he levantado con el ánimo del historiador objetivo.

Si como ciudadano veo un peligro en la cabeza y en las tripas de la Iglesia, (no es sus brazos, y pies sobre todo) para la libertad y el progreso, como historiador y cronista (aficionado) tengo que despojar de subjetividad todo mi razonamiento.

El martillo de herejes ha resultado ser al final el “tironeador” de orejas de su propia casa. Si le quitamos los comentarios e ideales naturales de alguien que es líder de una religión como la católica, cosa que sin duda es esperable, y algún que otro comentario algo atrevido, pasará a la historia como un Papa duro pero conciliador a pesar de todo.

Una sorpresa para los que le permitieron tomar el báculo, una sorpresa desagradable que al final ha tenido su consecuencia.

Quizás los que de verdad le conocían le votaron a sabiendas de que iba a menear el grueso árbol del catolicismo y que alguna manzana podrida caería. Con todas las críticas que podamos hacerles los laicistas, ha tenido la ¿valentía? de destapar la lacra más pervertida, sucia e inmunda que ha tenido la Iglesia en las filas de sus propios soldados, la pederastia que Juan Pablo II quiso ocultar bajo la alfombra Aún cuando he de criticar el que los pederastas religiosos se escondan bajo el paraguas de un pequeño convento perdido donde expiar sus culpas espirituales, que no las penales, se atrevió a enfrentarse al poderosísimo Marcial Maciel destituyéndole de su ministerio y recluyéndole hasta su muerte en un retiro espiritual, en contra de la congregación de los Legionarios de Cristo, de gran poder en la Iglesia y que hubo de reconocer los abusos sexuales a menores, hijos ilegítimos y abuso de drogas de su fundador.

Quizás esto sea uno de los pilares que ha apuntalado el enclaustramiento de Benedicto XVI, que cada vez contaba con menos adeptos entre sus filas y más entre sus fieles.

Otro puede ser el hecho de que el Secretario de Estado, nombrado por él en la figura de su antaño amigo y alumno, Cardenal Bertone, se haya convertido en su enemigo en la sombra.

Aunque todo esto no son más que teorías personales que algunos tildareis de especulaciones sin fundamento, el hecho de meter una lámpara bajo la cama no significa que deje de dar luz, simplemente que no se ve.

 

Cuando voces cercanas al Papa le dijeron que debía destituir al ya conocido Bertone, por resultar un freno a los intentos de “limpieza” del Papa en la curia vaticana, y de transparentar a la Banca Vaticana, que se había llenado de estafadores y corruptos, solo decía que “estaba viejo ya”. Se sentía viejo para ejercer ese poder en alguien tan joven y con tanto poder. El Papa, y ojalá algún día se descubra la verdad, ha dimitido por temor a morir sin poder colocar en el trono a su ahora protegido, Cardenal Scala, obispo de Milán.

 

Para entenderlo todo, hay que recordar los acontecimientos de los últimos meses. Un libro, escrito por el periodista Gianluigi Nuzzi y publicado en mayo de 2012, (Su Santidad: Los papeles secretos de Benedicto XVI, Ed. Chiarelettere, ISBN 978-8861900950 ) saca a la luz una serie de cartas entre Ratzinger y su Secretario Personal, Georg Gänswein.

En el libro se pueden leer diversos escándalos relacionados con la Santa Sede.

-          Las cuentas personales de su Santidad.

-          Detalles claros sobre diversos escándalos como los de los comentarios durante la visita del Cardenal Romeo, de Palermo (curiosamente la capital de la Cossa Nostra) a China, donde dijo que al Papa le quedaban 12 meses a lo sumo.

-          Una carta donde el Arzobispo Carlo Maria Viganò le ruega al Papa no ser destituido como Secretario Gral. del Gobernatorato (Departamento de licitaciones y abastecimientos del Vaticano). Con su destierro a U.S.A. y la pena de Benedicto por esa decisión tomada por obligación.

-          Diversos casos de sobornos de varios miles de euros para poder tener audiencia con S.S.

-          Los papeles secretos sobre la investigación interna mandada por el Papa en el caso de Marcial Maciel, con las suplicas de los Legionarios de Cristo para que se pasase por alto, por la ruina económica de la congregación.

-          Y por último, los escándalos financieros de Tarsicio Bertone, Secretario de Estado de la Santa Sede y el hombre más poderoso de Roma. Además destapa la lucha entre Bertone y los viejos cardenales afectos al Papa.

Comienza el drama.

 

Gänswein descubre, oyendo un reportaje sobre el libro en la televisión vaticana, que dicha publicación contiene textos íntegramente copiados de su correspondencia privada con el Papa. Inmediatamente se pone en contacto con la policía, ya que sospecha que alguien del círculo más cercano al Pontífice ha podido acceder a la caja fuerte donde se guardan. Seguidamente pone al Santo Padre en una especie de cuarentena. Nadie, salvo él puede dar permiso de audiencia a partir de ahora y estas serán en su presencia obligada. De ahí que en los últimos meses, Monseñor Gänswein sea la sombra de Benedicto XVI.

La fractura y la pública enemistad entre el Secretario personal y el Secretario de Estado Bertone se acentúan.

El Papa vive prácticamente enclaustrado en sus aposentos privados y se dedica a la escritura, que es su pasión. En el fondo, Ratzinger no es más que un intelectual metido a político por obligación.

Ahora sale a la luz que el Santo Padre lloró amargamente cuando Viganò, el Gobernatore, fue exiliado a Estados Unidos por Bertone, sin que él pudiera hacer nada.

Que en una visita a China, el obispo de Palermo, Paolo Romeo (capital de Sicilia, sede de la Mafia) comentó alegremente que al Papa le quedaba un año de vida. Aunque ahora se niega por activa y por pasiva, lo cierto es que hay un documento confirmado por la policía que estudió el caso de los papeles de “Vatileaks”, cuya autoría es nada menos que el cardenal colombiano Darío Castrillón, que fue enviado al Papa en diciembre de 2011 y en el cual se le avisaba de un posible complot interno para matarlo.

A partir de aquí, el Pontífice entra en un estado de shock que le hace parecer enfermo. Continuas ausencias mentales durante las misas, fallos de lectura, contradicciones, achacadas a la edad. Pero en casa todos saben que responde a la lenta descomposición de su voluntad. Sabe que su vida pública ha de terminar en breve.

 

Mientras tanto, la policía detiene en su domicilio a un informático llamado Claudio Sciarpelletti, al día siguiente de que el mayordomo del Papa, Paolo Gabrielle, fuese apresado por los carabinieri a las puertas de la Ciudad Santa. El informático guarda un sobre con los papeles que le entregó Gabrielle. Él dice que no sabe ni qué son, pero es acusado de cómplice del robo y difusión de documentos privados.

Son los famosos papeles de Vatileaks.

Cuando el Papa visita en la cárcel a Gabrielle, este supuestamente le cuenta toda la trama de “renunciación”, es decir su muerte o abdicación, y de cómo él lo ha hecho todo por salvarlo. No hay que olvidar que Gabrielle le daba las pastillas y le atendía, desde el café que tomaba al levantarse hasta la infusión de antes de acostarse. No sería descabellado que alguien incluso tentase al mayordomo para que derramase unas gotas de algún medicamento que hiciese a Benedicto “regresar al Padre”. Pero quizás no contaban con la integridad del mayordomo, con su honestidad. Si fue sencillo, supuestamente, con el difunto Juan Pablo I, no así con Ratzinger.

No obstante, para Su Santidad, este último golpe de realidad ha supuesto la gota que ha colmado el vaso de su resistencia.

Sin el apoyo de los viejos cardenales defenestrados por Bertone, sin libertad fuera de las puertas de sus estancias personales. Con la conciencia de que una sombra negra acecha al otro lado de la puerta esperando una ligera abertura en la férrea muralla levantada por Monseñor Gäswein para protegerle. Sabedor de que su vida está ya pendiente de un hilo, cuando la Secretaría de Estado, gobernada por Bertone, hace público que está muy enfermo, sea esto verdad o una preparación para una posible muerte, que aleje las preguntas incómodas sobre tramas y conspiraciones. Su Santidad, bien de motu proprio o “aconsejado” por el propio Bertone, ha decidido renunciar al papado, cosa insólita desde hace siglos, y recluirse en un convento de clausura donde continuará su vida, la que le reste, alejado del mundo para bien o para mal. En lo que a él siempre le gustó: escribir.

 

 

¿Quién podría estar detrás de esta trama?

 

Sacando mis propias conclusiones personales e investigando los últimos eventos periodísticos, creo que hay tres posibles candidatos.

Por un lado, el Cardenal Tarsicio Bertone y una maquinaria de corruptos, tanto clérigos como seglares, que tratarían de mantener el silencio en los tejemanejes de las redes que se entrecruzan entre el Banco Vaticano y organizaciones civiles italianas y extranjeras. Los negocios sucios de Roma.

Por otro lado, varias congregaciones cristianas como Legionarios de Cristo, Opus Dei o Comunión y Liberación.

 

Estos movimientos eclesiales, entre otros, obtuvieron durante el papado de Juan Pablo II gran protagonismo. Formaron el “ejercito” que el Papa viajero necesitaba allá donde iba. Wojtyla, el beato, se desligó de su función como Jefe del Estado Pontificio delegando en sus cardenales y dejando los asuntos políticos en manos ajenas a su persona. Entretanto, en su ingente labor pastoral, por la que pasará a la historia, necesitó de este “ejercito” de colaboradores a nivel de suelo. Ese mismo suelo que tantas veces besó y que sabía cada vez más alejado del cielo, de su cielo. Una América Latina cayendo en manos de Iglesias Evangélicas Protestantes, una Europa cada vez más laica, un Islam cada vez más poderoso y peligroso, un país enorme como URSS desintegrado y libre del yugo comunista a expensas de la Iglesia Ortodoxa. Todo esto hacía necesaria una labor descomunal de apostolado, para mantener al rebaño en el redil. De eso sin duda se encargarían las congregaciones eclesiales, la mayoría de ellas ultraconservadoras y ultraderechistas, que consiguieron el poder en los países católicos con el auspicio de las castas políticas de rancio abolengo conservador y los sínodos episcopales. Rápidamente se extendieron por las conciencias católicas, fiscalizando a los fieles y formaron frente común contra la ola de ateismo y corrupción moral de algunos estamentos, incluidos religiosos. El progresismo era pernicioso y había que erradicarlo. Así, los teólogos de la Teoría de la Liberación fueron considerados casi herejes. Conocida es la reprimenda de Juan Pablo II al sacerdote y Ministro de Cultura nicaragüense, Ernesto Cardenal, al que obligó a arrodillarse ante él.

 

Quizás por ello, el designado para suceder a Wojtyla fue Ratzinger. Es ya bien sabido en el mundo vaticano, que la elección de Papa no es algo al azar. El Cónclave que se reúne encomendándose al Espíritu Santo para que les de sabiduría a la hora de designar al nuevo Pontífice no es tan espontáneo como dicen. Es conocida la anécdota de un peregrino a Compostela que se detuvo en el Hospicio de Molinaseca, en la frontera entre Galicia y León, que hizo buenas migas con el encargado Alfredo Álvarez en 2000. Días después, desde Montpellier, recibió una postal de agradecimiento por la atención. La firmaba (contratada por peritos) Louis Joseph, futuro Papa Benedicto XVI.

Era Ratzinger considerado uno de los duros de la Iglesia y presidía la Organización considerada heredera de la Santa Inquisición, como dije anteriormente. El idóneo para tomar el relevo a un Papa bajo cuya luz tendría que reinar. La imagen bondadosa de Karol Wojtyla, el amigo de los jóvenes, sería una alargada sombra bajo la que transitaría Joseph Ratzinger, o eso creía el Ultracatolicismo. Ratzinger en sus últimos años se desligó de esos grupos, y no es que se acercara al lado contrario, pero les despojó de poder y de dinero y eso es un precio que no están dispuestos a pagar.

 

Por último, y asemejándose a un libro de Dan Brown, aun a riesgo de que me tachen de teórico de la conspiración, se encuentra el grupo llamado “Logia P2”.

En 1877 comenzó a funcionar una logia francmasónica llamada Propaganda Due, P2. En principio se trataba de una especie de lugar de paso para masones que querían salirse de sus propias logias. LP2 desaparece de pronto en 1976, cuando las autoridades masónicas la disuelven. El motivo, el ascenso a su liderazgo como Gran Maestro de Licio Gelli. Este personaje siniestro, llamado “El hombre de las mil caras”, fue voluntario de los camicie nere en la Guerra Civil española y luego interlocutor de Italia con el 3er Reich. Posteriormente fue captado por la CIA para luchar contra el comunismo y se le relaciona con la Operación Gladio (conspiración anticomunista italiana llevada a cabo por la CIA con miembros fascistas y nazis).

Gelli se metió en P2 en 1960 cuando solo contaba con 14 miembros y a principios de los 70 ya contaba con más de mil. La mayoría eran altos funcionarios de administraciones civiles de la Democracia Critiana, algo prohibido, lo que hizo que fuera disuelta por la masonería.

 

Pero ¿qué une a Gelli y al P2 con la Santa Sede?

 

Hagamos un poco de historia.

 

Roberto Calvi era el presidente del Banco Ambrosiano, una entidad vinculada al Vaticano por medio del Jefe del Banco Vaticano, el sacerdote estadounidense Paul Marcinkus. Tras el Concilio Vaticano II, las arcas de la Iglesia estaban en números rojos. Marcinkus se propuso reflotarlas y para ello se alió con el Banco Ambrosiano de Calvi a principios de los 70.

Por otro lado, el Papa Pablo VI era amigo personal de un tal Michelle Sindona, cuando todavía era el cardenal Montini de Milán. Sindona era abogado, banquero y contable. Abogado fiscal, con lo cual trabajó para algunas grandes empresas y se hizo un experto en evadir impuestos. Banquero, puesto que tras dejar la abogacía creó un grupo, Fasco, que comenzó a comprar pequeños bancos en Italia. Contable, ya que gracias a sus contactos y su habilidad para evadir impuestos, se dedicó a blanquear dinero de la venta de heroína de la mafia siciliana, principalmente de la familia Gambino.

Sus contactos con el Vaticano le permitieron, a través de Marcinkus, enviar dinero sucio a Suiza.

Calvi, del Ambrosiano, se embarcó en aventuras ultramarinas, prestando dinero a países centroamericanos como Nicaragua durante su guerra civil. Entró en una política de corrupción en Italia, financiando partidos políticos varios. Entró en negocios de dudosa reputación.

En 1978 murió Pablo VI y ocupó el trono de Roma un hombre de origen humilde, Monseñor Albino Luciani, que se llamó Juan Pablo I.

Se sabe que era el menos visible de todos los papables. Sin embargo la lucha interna entre los obispos contrarios al Concilio Vaticano II (que abrió a la Iglesia al mundo y la pretendía acercar a la realidad) seguidores del conservadurismo y anticomunismo de Pio XII y los renovadores seguidores de Pablo VI y Juan XXIII, que se mostraron intransigentes unos con otros, fue la clave. Finalmente, pusieron sus ojos en un personaje que en principio les pareció simple y fácilmente dominable. Una vez Luciani estuviera en el trono, ya se vería hacia qué lado se rendiría.

Juan Pablo I era por entonces cardenal Patriarca de Venecia. Escribía cartas a personajes históricos y ficticios como Jesucristo, el rey David o Pinocho. Llegaron a decir de él “han elegido Papa a Peter Sellers”. Esta personalidad, unida a su omnipresente sonrisa, le hacían candidato perfecto, no para servir de árbitro entre las dos facciones, sino como muñeco de paja.

Pero Luciani traía consigo una amarga experiencia. En 1972, Marcinkus había “vendido” al Banco Ambrosiano la Banca Cattolica del Veneto. Esta Banca daba créditos a muy bajo interés a gente humilde. El pérfido Marcinkus aprovechó las prebendas que tenía esta Banca para evadir impuestos y capitales. Luciani, J. Pablo I, se lo guardó en el coleto, pero una vez fue nombrado Papa inició inmediatamente un intento de política de transparencia económica. Quiso entregar el 1% (puede parecer irrisorio, pero es una cantidad millonaria) de todo el dinero que se recogía anualmente en todas las iglesias del mundo para el Tercer Mundo.

Tan solo 33 días después de su nombramiento, Juan Pablo I muere de una embolia pulmonar. Solo en un enorme palacio, rodeado sin embargo de personajes que no colaboraron con él en lo más mínimo, su muerte se vio inmediatamente rodeada de misterio. Un hombre joven aún (65 años) y sano. Falta de autopsia por orden familiar según la curia y por orden vaticana según la familia. Declaraciones contradictorias de los más cercanos, entre ellos la monja sor Vincenza, que (declaró) le encontró muerto en el cuarto de baño y vestido, primero, y en su cama leyendo, después.

Inmediatamente las voces dirigieron sus acusaciones al mismísimo Marcinkus y Calvi. El recién elegido Juan Pablo II ordenó el archivo de la investigación. No obstante el Banco de Italia investigó sobre la salida del país de millones de liras con destino a empresas sobre todo sudamericanas. Calvi estaba financiando a las dictaduras anticomunistas del cono sur.

Años antes, en 1972, al tiempo que Marcinkus vendía al Ambrosiano la Banca del Veneto, Michelle Sindona adquiría la mayoría de participaciones del Banco Nacional Franklin de NY. Lo que en principio fue una gran noticia para Italia, dos años después resultó ser un fracaso. El Banco Franklin cayó en la bolsa y perdió un 98% de su valor, dejando a Sindona en una grave tesitura. Perdió más de 40 millones de dólares y con ellos, la mayor parte de los bancos adquiridos por él hasta entonces.

Los clanes mafiosos que habían dejado en manos de Sindona sus ganancias con las drogas vieron como se esfumaba su dinero como el humo.

Pronto se vinculó a Calvi con Sindona y se descubrió que el Banco Vaticano había perdido 30 millones de dólares que había prestado al Banco Franklin y que eran de dudosa procedencia. Ni Calvi ni Marcinkus pudieron explicar de donde provenían los millones perdidos.

En 1979 es asesinado en Milán el abogado Ambrosoli, encargado de liquidar los bancos de Sindona. El juez Turone se hizo cargo de la investigación y descubrió que fue el propio Sindona quien ordenó su muerte. Mientras tanto, en Palermo caía abatido alguien relacionado con Ambrosoli, el superintendente Giuliano, que investigaba a las familias mafiosas y vio una relación entre estas y el blanqueo de dinero de Sindona.

 

Sindona, ya imputado pero libre bajo fianza, simula un secuestro y marcha a Sicilia. Allí se entrevista con varios amigos suyos pertenecientes al crimen organizado y contacta con nuestro amigo Licio Gelli, de la Logia P2. Sindona pretende que altos cargos de la política y la economía italianas salven Banca Privada, que era lo único que quedaba a Sindona, a fin de poder devolver el dinero a sus dueños, es decir, los clanes mafiosos. Licio Gelli contacta con su amigo y correligionario de la Logia P2, Roberto Calvi y a través de este con Marcinkus y la Santa Sede. Estos prestan dinero a Sindona pero la operación no hace más que vincular a Gelli primero y al Banco Ambrosiano a la trama de corrupción.

El juez Turone destapa toda la intriga.

Calvi es acusado en 1981 por la fiscalía y juzgado por la evasión de 27 millones de dólares y condenado a 4 años de prisión condicional (que evadió bajo fianza) y una multa de más de 19 millones de dólares.

El Banco Ambrosiano( ahora Nuovo) es comprado por Carlo de Benedetti y Olivetti y solo dura dos meses como presidente, ya que es presionado por la mafia. Calvi seguía mientras tanto como directivo del Banco. Su sucesor, Roberto Rosone, es herido en un tiroteo de la mafia.

El Papa, en Mayo del 81, sufre un atentado perpetrado por Mehmet Alí Agca. Toda una advertencia al Pontífice para que mantenga a Marcinkus en el cargo, disfrazado de complot comunista, que inicia una guerra de acusaciones entre KGB-CIA que diluye las pistas.

En casa de Calvi se descubre la lista de miembros de la Logia P2 que están vinculados a cargos públicos. Calvi está al borde del abismo: acusado por escándalo financiero, con la mafia pidiéndole silencio y su dinero, y ahora con la Logia P2 y el Gobierno Italiano en la picota. Salpicando incluso al presidente Giulio Andreotti, que tuvo que dimitir, dando paso a un gobierno de izquierdas por primera vez en Italia. Se cree que dentro de la organización Gladio (Logia P2), se gestó la muerte del dirigente demócrata-cristiano Aldo Moro en 1978, para evitar un pacto entre estos y el PCI.

 

En junio de 1982, Calvi envía una carta al Pontífice comunicándole que si el Banco Ambrosiano Nuovo quiebra, habrá un evento que va a perjudicar gravemente a la Iglesia.

Dos semanas después el Banco Ambrosiano Nuovo efectivamente quiebra, no puede explicar de donde salen unos miles de millones de dólares.

El Banco de Italia se hace cargo del Banco Ambrosiano Nuovo. La secretaria de Calvi escribe una nota acusando a su jefe de todo el desfalco y se lanza por la ventana, falleciendo en el acto.

Calvi desaparece de Italia el 10 de junio y aparece, 8 días después, colgado sobre el Támesis en el puente de Blackfriars (frailes negros, sobrenombre de los miembros de LP2). Lo que en principio fue tomado como un suicidio, inmediatamente fue convertido en asesinato debido a múltiples contradicciones. En 2002 se llegó a la conclusión de que Calvi había sido asesinado rompiéndole el cuello, ya que sus lesiones eran incompatibles con el ahorcamiento. También se descubrió que los ladrillos (pesos) que llevaba en el bolsillo no tenían sus huellas. Ni había pintura del andamio, donde debió subirse para arrojarse, en sus zapatos. No se encontró la llave de su habitación ni de la caja fuerte donde se supone que guardaba papeles y dinero, pruebas de la vinculación del Vaticano y la mafia con su Banco y con la quiebra de este. Se vinculó enseguida, por la simbología del supuesto suicidio, con la francmasonería y por ende, con Logia P2.

 

En 1991, un chivato antiguo mafioso, Francesco Marino Mannoia, declaró que el autor del asesinato de Roberto Calvi fue el también asesino Francesco Di Carlo. En 1996, Di Carlo se convirtió en acusador de mafiosos y confesó que si bien no había matado a Calvi, si es verdad que había sido contratado para hacerlo. Giussepe Calò, capo de la mafia siciliana y Licio Gelli, ya conocido, habían contratado a Di Carlo en Londres. Calò estaba cumpliendo cadena perpetua desde 1987, en un hospital de prisiones italiano por asociación mafiosa y organizador del atentado de Bolonia en 1984. Vivía como un marqués, atendido por presos comunes gracias a una falsa convalecencia asmática.

Di Carlo dijo que cuando contactó con Calò para hacerse cargo de la muerte de Calvi, este le dijo que ya habían encargado el trabajo a “otros”. Según Calò, los que querían muerto a Calvi no eran solo la mafia, sino que había alguien más, y que estos encargaron el crimen a gente ajena a la mafia, Licio Gelli estaba encargado de ello.

 

Tras 20 meses de aporte y búsqueda de pruebas, sorprendentemente los 4 acusados fueron absueltos. Solo Gelli, que estaba huido, quedó imputado pero no pudo ser condenado.

 

Para entonces, Sindona ya estaba en la cárcel en Estados Unidos, acusado de estafas múltiples, y condenado. Italia solicitó su extradición, que fue concedida en 1984. Se le condenó a 26 años por asesinato. En 1986, Sindona es envenenado en la cárcel con un café con cianuro.

 

Entretanto, en Ciudad del Vaticano, el 22 de junio de 1983 desaparece frente a la Basílica de San Apollinaire en Roma, la hija de un ujier del Papa. Se llamaba Emmanuella Orlandi y tenía 15 años. Según los papeles robados por el mayordomo del Papa Benedicto XVI, la mafia la había secuestrado para obligar a Juan Pablo II a pagar la parte que le correspondía de las deudas del Banco Ambrosiano.

 

Enrico de Pedis, un asesino a sueldo de la mafia romana es el artífice del secuestro, según cuenta su ex-amante. El Opus Dei se hace cargo de pagar los cientos de millones de dólares que debe moralmente el Banco Vaticano.

 

El mismo año 82 es expropiada Rumasa, principal empresa vinculada al Opus Dei en España. Se cree que Gelli vivió en España, donde estuvo amparado por sus amistades forjadas durante la contienda civil.

 

Marcinkus, el último representante del tripartito del escándalo, es acusado por malversación, pero el Vaticano logra ejercer su diplomacia y lo envía a una pequeña diócesis de Phoenix, en Estados Unidos.

 

Enrico de Pedis, muere en un tiroteo en la Piazza dei Campo dei Fiori, a 10 minutos de donde se dice que perpetró el secuestro de Emmanuella., en febrero de 1990. La Basílica de San Apollinaire fue entregada ese mismo año al Opus Dei y la viuda de de Pedis acudió a ella para pedir que su cuerpo fuera enterrado en la cripta del templo. Ugo Poletti, cardenal y Obispo Vicario General de Roma, accedió a ello. Cabe destacar que Polleti confesó ser francmasón.

Desde entonces se desata la polémica sobre la aberración de tener a un asesino enterrado junto a cardenales en la cripta de un templo cristiano. Además, se sospechó que la joven Orlandi nunca llegó a salir de la Basílica, donde tomaba clases de flauta.

 

Con esto regresamos al 2012, ya que a los 22 años justos de su entierro, el Papa Benedicto XVI permite a la policía investigar la tumba del capo, ya que en un ataque de dignidad, obliga a sacar al gangster de la cripta y devolverlo al cementerio de Verano, de donde nunca debió salir. En los pies de Enrico de Pedis, en una caja, 200 huesos humanos sin identificar son llevados al forense para ser examinados. A las puertas del templo, el hermano de Emmanuelle espera justicia y que al fin sea hallado el cuerpo de la niña y esclarecido el misterio. Las sospechas apuntan ahora a Pietro Vergari, rector de la Basílica hasta 1991. La policía de Roma ha abierto una investigación al sacerdote, paralela al estudio de los huesos hallados.

La carta de Giampiero Gloder, sacerdote del norte de Italia, para que el Papa no destapara de nuevo el caso de Orlandi cuando se supo que quería sacar de su tumba a de Pedis, nos devuelve la principio de la trama de mafia y corrupción en el Vaticano, cerrando el circulo.

 

Conclusión personal.

 

El Papa, como buen alemán, ha decidido poner orden en la Iglesia de la que es representante, cuando ve que su vida está cercana a extinguirse. Quizás por entonces, principios de esta última década, aun no supiera que su vida corriera un peligro real. Quizás tan solo se sintiera cansado. De todas formas, ha rascado en las duras losas de mármol de San Pedro y ha encontrado un suelo de cenizas y podredumbre que, seguro que en su conciencia no han tenido hueco.

 

Será todo lo conservador que queramos, en lo tocante a la moral y la religión, no se esperaba otra cosa de él. Será todo lo polémico que queramos, en sus declaraciones públicas sobre aspectos del mundo real, lo cual también era de esperar. Pero ha tirado de la manta y con la ayuda de su mayordomo y su secretario personal, conocida o no, saldrán a la luz en los próximos años toda la porquería que se acumula en el interior de la mayor organización religiosa del mundo, la más antigua y la más corrupta.

 

Dijo Jesucristo a los fariseos, «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia!
Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad. «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: "Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos tenido parte con ellos en la sangre de los profetas!" Con lo cual atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!

Ratzinger los ha sacado a la calle.

 

 

Pd:

En las profecías de San Malaquias, la profecía sobre los papas desde 1143 (Celestino II), podemos encontrar:

 

-          Línea 109, el número 263º, De medietate lunae (en mitad de la Luna) corresponde a Juan Pablo I, nacido en Belluno (Luna Bella) y de nombre Albino Luciani (luz blanca, de la Luna) duró solo 33 días, un mes lunar.

-          Línea 110, el número 264º, De labore solis, (en la labor del Sol) corresponde a Juan Pablo II, nacido durante un eclipse del Sol y enterrado durante un eclipse del Sol. Viajero incansable, en época de Malaquías se creía que el Sol viaja incansablemente alrededor de la Tierra.

-          Línea 111, el numero 265º, De gloria olivae (en la gloria del olivo) Benedicto XVI, que quiso llevar el nombre de Benedicto XV, elegido Papa un mes antes del inicio de la I G.M. que tuvo que actuar de intermediario durante ella y trató de que finalizara lo antes posible. Sus últimas palabras fueron “Ofrecemos nuestra vida por la paz del mundo”, por lo cual Ratzinger quería ser el continuador de dicha paz. El olivo es símbolo de paz. La Orden benedictina tiene en su lema “Pax” y se le llama olivetiana. Ratzinger admitió que su nombre también se deriva de San Benito de Nursia, fundador de dicha orden. El Papa fue el superior de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuyo escudo es… una rama de olivo.

-          Última línea, 112. El Papa número 266º. In prosecutione extrema S.R.E. sedebit.

Petrus Romanus, qui pascet oves in multis tribulationibus:

quibus transactis civitas septicollis diruetur, et Iudex tremendus iudicabit populum suum. Finis

 

(Durante la última persecución de la Santa Iglesia Romana reinará. Pedro el Romano, quien apacentará a su rebaño entre muchas tribulaciones; tras lo cual, la ciudad de las siete colinas[] será destruida y el tremendo Juez juzgará a su pueblo. Fin.)

 

Y si mi abuela tuviera ruedas, sería una bicicleta, diréis algunos. Tampoco yo, que no creo en dioses todopoderosos, duendes, espíritus, aliens o un Paraiso/Infierno tras la muerte, soy de creer en leyendas y profecías.

 

Aun así resulta curioso que el camarlengo, el cardenal que tomará el relevo a Benedicto XVI durante el interregno, sea Tarsicio Bertone. Tarsicio Pietro Bertone, nacido en Romano Canavese, ¿Pedro el romano?

 

Permanezcamos atentos.