Me considero y reafirmo como ateo practicante. No hago
proselitismo de ello. Considero que cada cual debe tener sus propias creencias
fruto de su necesidad y su experiencia.
Muchas veces me han preguntado si el ser ateo es odiar a
Dios, o a la religión. Al menos en mi caso no es así. No puedo odiar algo en lo
que no creo. Confunden quizás el desafecto que siento hacia los que pretenden
que crea en algo, los que creen que por ser ateo tengo alguna carencia. Guardo
respeto por los creyentes, del credo que sean. Pero desprecio a los que obligan
al resto a creer en lo suyo. Los que pretenden que el resto se guíe por sus
normas privadas.
Me han preguntado también si no es triste no creer en nada. Ni
siquiera no creer que después de esto haya algo. Nadie cree en los duendecillos
o las hadas y sin embargo no se hace una tragedia de ello. El no creer que haya
un ente superior que nos gobierne o nos castigue, incluso que nos premie, solo
me da (a mí particularmente) más libertad y albedrío. No tengo que hacer algo de
una forma por miedo a la reprimenda o por esperar un premio. Lo hago
sencillamente porque mejoro la vida de los demás y mi convivencia con ellos. Y
también al contrario, no he de hacer algo que no me apetece por que otros se
puedan sentir mal. Es mi vida y la vivo como mejor puedo hacerlo. Si quien me
rodea vive mejor y eso me hace feliz, estupendo. Si quien me rodea me lo hace
sentir mal, pues no transijo. Evidentemente no por ser creyente hace uno las
cosas a la fuerza o por un mandato, pero eso me reafirma en que no es necesario
creer en un castigo o un premio divino para ser mejor.
Respecto al más allá, ni creo en el alma, ni lógicamente en
su función como transmisora de alguna fuerza espiritual. Por tanto no creo en
reencarnaciones, transmigraciones, vidas eternas, resurrecciones, viajes
astrales, espíritus, fantasmas o paraísos e infiernos. Por desgracia, creo que
cuando morimos todo acaba. Para algunos quizás sea triste pensar en que no
habrá un más allá, una vida después de esta. Para mí solo significa que lo que no
hagas ahora no lo harás nunca. Que el mal que hagas lo pagarás en esta vida (o
no), y que tan solo tu ética personal es la que te impulsa a ser mejor o peor.
No habrá premio para los buenos ni castigo para los malos.
Todo se acaba cuando te echan al hoyo. Por tanto, perder el tiempo aquí en
disputas y porfías, es una inutilidad. Hay que ser más directo para lo bueno y
contundente para lo malo.
Hay quien cree, y me lo ha dicho así, que el ateismo es una
especie de religión, o incluso un concepto político. Veamos… algunos confunden
ateismo con satanismo. O también con paganismo. Es el concepto bajomedieval del
término. En aquel entonces todo se
amalgamaba. Herejes, paganos, satánicos, y por supuesto, ateos.
Si no creo en un ente benigno y creador, a veces castigador;
menos aun creo en un ente maligno y embaucador. Esos entes existen sí, pero
caminan a nuestro lado y se llaman congéneres.
Y como cosa política, pues tampoco. Y conozco mucha gente de
izquierdas, y hasta comunista, que tienen creencias religiosas. Pero no es preceptivo
que lo uno se complemente con lo otro. Las ideas y las creencias van cada una
por su lado. Unas parten de la razón y las otras del corazón.
Hay quien me dice que mi ateismo es fruto de mi ignorancia
sobre religión o tal vez, una mala experiencia con ella. Pues ni lo uno ni lo
otro.
He nacido en una comunidad totalmente impregnada de
religión: Andalucía. He estado durante nueve años en un colegio religioso. Me
sé los pasajes de los Evangelios, la Historia Sagrada (con sus mitos regionales
y hagiografías de santos), he leído la Biblia (no alguna cosa, entera), he
estudiado Catecismo, y por supuesto me sabía todos los ritos, oraciones y
plegarias del credo católico romano. Por tanto creo que desconocimiento no es.
Porque también he leído sobre otras religiones mayoritarias, y debido a mi
interés por la Mitología en general, las paganas y ancestrales.
¿Mala experiencia? Bueno, quizás no mala sino inútil. A mi
falta de fe innata se podría añadir un escaso tacto por parte de los educadores
en materia religiosa, por no decir una ignorancia supina en metodología
pedagógica, que suplían desacertadamente con un intento de lavado cerebral que
yo me negaba a asumir.
¿Y entonces no crees en nada?
Pues mira sí, claro que creo en cosas, y seguro que se
parecen mucho a las de quien me pregunta. O tal vez son las mismas pero
interpretadas de distinta forma. Una de forma racional y la suya de forma
dogmática.
Creo en la vida, y que hay que vivirla de la mejor forma
posible haciendo el menor daño.
Creo en el amor, aunque es difícil descubrirlo entre los
intereses materiales humanos.
Creo en la libertad, ordenada y respetuosa. Una libertad
individual dentro de unas normas esenciales que permitan la convivencia, pues
somos seres sociales a la fuerza.
Creo en la amistad, la verdadera. La que no exige ni pide.
La que no da si no es necesario pero está por si la necesitas.
Creo en la necesidad de saber y conocer. La inquietud, el
deseo de enseñar. La transparencia en el conocimiento. La universalidad
demócrata de la sabiduría. Y el derecho de todos a aprender… y enseñar.
Creo en el derecho de todas las personas a ser tratadas de
igual forma. Incluso quienes no se lo merecen. Aunque interiormente desee a
alguno lejos (soy real, no voy a dármelas de santo a estas alturas) y a ser
posible que desapareciera.
Creo en el respeto y el derecho al honor, y lo exijo hacia mí.
Y por último tengo unos conceptos éticos que a pesar de ser
muy personales, concuerdan con una doctrina filosófica que para mí es la más
respetuosa y coherente, que aúna los principios que mas acordes son con mí
forma de ver el mundo.
La filosofía epicúrea
"El epicúreo
alcanza el bien, retirado de la vida social, sin caer en el temor a lo
sobrenatural, encontrando en sí mismo, o rodeado de un pequeño círculo de
amigos, la tranquilidad de ánimo y la autosuficiencia".
La doctrina de Epicuro (341-270 a. C) está directamente
relacionada con la Escuela cirenaica o hedonista. Los hedonistas eran
discípulos de Sócrates, que preconizaban que la búsqueda intensa del placer en
todos los sentidos conducía a la ataraxia (la ausencia del dolor físico y
mental), una especie de nirvana.
Los seguidores de Sócrates, a su muerte, se dividieron en
varias escuelas siguiendo cada uno la parte que más le atraía de su doctrina
filosófica. Por un lado estaban los hedonistas cirenaicos (el placer es la suma
de todo lo que hay que conseguir a toda costa). Por otro los cínicos (no creer
en nada ni nadie, no tener reglas sociales, no expresar las opiniones mas que
de forma irónica y quitar seriedad a todo pero sin caer en el humorismo). Los
cínicos derivaron en los escépticos, que ponían en duda todo y no consideraban
nada como verdad absoluta aun demostrándolo empíricamente.
Por último y relacionados con los cínicos estaban los
estoicos. Creían que para llegar a la ataraxia era necesario desprenderse de
todo lo material y vivir de forma ascética. Deshacerse de lo superfluo, lo
innecesario. Y para ellos, los placeres de la vida eran cosas innecesarias.
De la mezcla entre hedonistas, cínicos y estoicos;
desdeñando las ideas banales y exageradas de unos y otros; nació el Jardín de
Epicuro.
La ataraxia se logra disfrutando de los placeres. Pero
siempre guardando un orden, ya que si basamos nuestra vida en la consecución de
esos placeres, viene el dolor al no conseguirlos o cuando se acaban.
El placer no solo debe ser físico sino también mental.
Existen tres tipos de apetitos en el ser humano: el natural necesario (comer,
dormir, cobijo), el natural no necesario (charla, eventos sociales, sexo), y el
inútil antinatural (poder, fuerza, fama).
Los apetitos necesarios se deben conseguir porque son
esenciales y van con la propia supervivencia, a toda costa. Los no necesarios
se deben satisfacer cuando se puede, sin que se conviertan en objetivo, pero
disfrutándolos cuando se presentan en toda su intensidad. Y conviene huir de
los inútiles antinaturales, pues para su consecución debemos gastar demasiadas
energías, y nos llevan a una vida en la que cuando falten, el dolor será mayor.
Por tanto, los epicúreos buscaban los buenos momentos,
relajados y tranquilos. Solían vivir apartados en el campo. De hecho el Jardín
donde daba sus charlas Epicuro, era un huerto a las afueras de Atenas, donde
entre plantas y animales, charlas y buen vino, pasaban largos ratos sus
discípulos.
El cristianismo, desde la Edad Media, renegó del epicureismo
hasta hacerlo desaparecer. Chocaba contra su doctrina porque se basaba en un
concepto del sufrimiento como la vía para llegar al Bien supremo. Había bebido
en las fuentes del misticismo pitagórico y oriental, un hermetismo total el
primero, basado en rituales ocultos e iniciáticos, y el sentimiento de culpa y
castigo merecido que emana el judaísmo de donde proviene.
También en Grecia había sido influido por el platonismo y
las ideas de Aristóteles. Mientras los cristianos creían en la fatalidad y el
destino, los epicúreos en el azar y en que nada está ya escrito. Todo está en
manos de Dios según los primeros, y nada hay que podamos hacer los seres
humanos para cambiarlo, y el pasado nos pesa como una losa. El futuro es solo
la consecuencia de los actos del presente, y el pasado es solo pasado y ya no
debe preocuparnos, para los segundos. Para ellos los dioses existían pero
vivían ajenos a nosotros.
Los cristianos temían a la muerte como preludio del gran
juicio en el que todos veríamos nuestras almas evaluadas por nuestros actos en
vida, y claro está que la vida normalmente nos pone en predisposición de
incumplir los preceptos de moralidad austera y casi estoica de los piadosos.
Los epicúreos no la temían puesto que creían que la muerte
es la ausencia del ser y sin el ser no hay nada. Mientras vivimos, la muerte no
está presente, y cuando aparece ya no estamos nosotros. No hay placer pero
tampoco dolor. No hay nada, ni consciencia ni inconsciencia. Por tanto, no se
puede temer a algo que no existe. Cuando exista ella no existiremos nosotros.
Para los epicúreos, la sensación es la base del
conocimiento. La experiencia, el probar.
Hay que huir de los cuatro miedos que atenazan a los seres
humanos. El miedo a los dioses, el miedo a la muerte, el miedo al dolor y el
miedo al fracaso.
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Vivir en suma, y vivir lo mejor posible. Y disfrutar de tal
manera que ni nos cause dolores futuros, ni nos suponga la misma vida el
disfrutar. Porque si por el placer momentáneo nos condenamos los placeres
futuros, o nos dejamos la vida en ello; considerando que una vez entreguemos el
casco aquí no hay más que hacer, nos estamos cerrando la puerta.
Disfrutemos lo que queda del día.