martes, 11 de junio de 2013

Los 40




No, no voy a hablar de ese programa de radio tan famoso, en el que previo pago te ponen tu canción como si fuera la más votada y la mejor del mundo mundial de la semana. Aunque por el título, lo parece.

 

“De cuarenta para arriba, no te mojes la barriga”, dice el refrán popular. Y qué razón tiene. Solo que muchos no saben interpretarlo.

La mayoría imagina que quiere decir: a partir de los 40 se te acabó todo. Gran error que lleva a algunos (muchos) a cometer estupideces que… bueno, no adelantemos acontecimientos.

 

Según tengo entendido, está científicamente demostrado que el ser humano está diseñado para vivir hasta la cuarentena, el resto es ciencia y medicina. Y así es, allá donde no existe ni lo uno ni lo otro, es difícil encontrar seres humanos mayores de 40 años. Mueren de viejos. Sí, como lo lees.

Sin embargo, en las sociedades civilizadas, gracias a la ciencia y/o la medicina, podemos doblar esa edad, y lo que es mejor, hasta en buenas condiciones algunos.

El refrán de arriba quiere decir, más o menos y según mi interpretación, que a partir de esa edad no es recomendable tirarte a los excesos en nada (no que dejes de hacer todo lo que hacías). Que te empieces a tomar la vida con más relajo, que le empieces a dar importancia a las cosas que de verdad la tienen. Que al fin crezcas mentalmente, que ya llegaste, no a la mitad de tu vida, sino a la cima. Que desde ahí arriba no veas todo como esa cuesta abajo que si te descuidas te vas y te caes rodando (porque es cierto, pero hay que superarlo), ni que ya llegaste al límite y te queda una desgraciada vida de lamentos hasta el final.

No, desde la cima puedes mirar atrás, y ver todo el largo camino que llevaste de subida. Puedes ver lo que has tenido que sortear para llegar dónde has llegado, tus errores, tus aciertos. Pero no para gimotear por haberlos cometido, sino alegrarte por haberlos afrontado. Aprender de ellos para no volverlos a cometer en tu siguiente etapa. Hacer de la bajada una suave pendiente y no un precipicio. Ver también qué hiciste bien, pero no dormirte en el nido de águilas que supone el haber llegado tan alto, sino el sentirte orgulloso de lo que hiciste y tratar de aprovecharlo.

Tienes ante ti toda una vida por delante para dedicarte, ahora sí, a emendar todo aquello que antes no supiste y allanarte la bajada. Para recuperar, con sosiego y tranquilidad, todo aquello que te supuso un placer, o un acierto. Pero has leído bien, con sosiego, porque mojarte la barriga ya, como que no. Disfruta de más tranquilidad, de mejores cosas, de la vida en suma.

No sabes si llegaste a la mitad de tu vida, o si por mala suerte se truncará dentro de unos meses. Ese es el misterio y la suerte de la vida, no saber cuanto dura en realidad. Imagina tener una fecha de caducidad. Siempre andarías contando los días que faltan como una cuenta atrás. Por suerte no es así, así que disfruta hasta que puedas.

Pero hay gente que interpreta esta frontera como algo negativo. Ya no podré hacer aquello que no hice. Ya se me acabó todo. Empezaré a engordar, a envejecer, a no poder trasnochar, los achaques…buf…

 

¿Y cómo salen del estrés que produce esa “certeza”? queriendo retrasar lo inevitable a fuerza de lo que sea.

Entonces comienza la loca carrera desenfrenada por disfrutar de todo aquello que no pudiste disfrutar y por no parecer aquello que cada vez eres más.

 

Sobre lo primero, un compañero mío me dijo, allá cuando tenía yo 30 añitos: “El que no la corre a los veinte, la quiere correr a los cuarenta, hasta que se da cuenta”.

 

Claro, hasta que se da cuenta que está convirtiéndose en un ser patético. Un eterno joven o eso cree. Porque el problema no es sentirse joven, o parecerlo, el problema es creértelo cuando ya no lo eres y hacer cosas que solo harías si tuvieras veinte años.

Porque pasa que las consecuencias de las cosas que hacías o podías hacer con veinte años, ya no serán las mismas que ahora con cuarenta. En todos los ámbitos.

 

Hasta que te das cuenta y entonces es peor. Entonces te avergüenzas de ti mismo y de lo que has hecho o querido hacer. Y te sentirás tan mal que entonces querrás vivir, no ya como alguien de cuarenta, sino como un avejentado cuarentón, para redimirte.

 

Y lo otro, el luchar contra la naturaleza. Que sí, que te estás quedando calvo, o tienes menos pelo del que tenías antes, más entradas, más arrugas en los ojos, algo de barriga, esas canas que cada vez te platean más y las carnes que ya cuelgan un poquito. Pero joder, tranquilos, que aún no sois unos ancianos decrépitos, que estáis en esa época interesante en la que los treintañeros y treintañeras se fijan en vosotros y nos os ven como a “puretas” carcamales, sino como a esos que ya vienen de vuelta y lo controlan y saben todo. Que tienen poco ya que aprender y mucho que enseñar. Que aun hacen buen caldo y se lo toman todo con más tranquilidad y más sosiego. Esos que aun tienen noches para una cerveza y una cena, y dan consejos que no lo parecen, porque aun no cuentan historias del abuelo Cebolleta, pero te dicen que él o ella ya vivieron lo mismo y sobrevivieron de esta o aquella forma.

 

Muchos se gastan una pasta en antiedad, anticanas, antiarrugas, antipatas de gallo, antitodo. Pero por mucha pasta que te gastes, y sin llegar a acabar como Cher o Marujita Díaz, te darás cuenta de que la naturaleza es inexorable y que es mejor envejecer con el paso del tiempo, como es natural. Te hace ser una persona y no un muñeco de cera.

 

Porque no eres el joven que tenía el mundo a sus pies, aunque luego caes en la cuenta que el que estabas a los pies del mundo eras tú y tu inocencia o tu ignorancia. Pero tampoco eres el prejubilado o jubilado que ya te crees invalido para todo y estorbo en casa.

Eres el que está en el tejado del gallinero cacareando al sol que amanece, porque tú aun puedes.

 

En definitiva, bienvenidos a la edad de plata. Donde aun eres lo suficientemente joven para tener toda la vida por delante y eres lo suficientemente mayor como para no ir cometiendo errores. Relájate y disfruta, que empiezas a merecértelo.