jueves, 26 de diciembre de 2013

La ignorancia es atrevida.


Este cuento se me ocurrió hace ya bastante tiempo, pero no existía entonces la posibilidad de hacerlo público. Hoy que tengo esa posibilidad, os lo dejo para pensar.

La ciudad bullía y no era para menos: el emperador visitaría a sus súbditos. Todo estaba preparado y engalanado para la ocasión. La gente se apelotonaba en la calle principal para poder presentar sus respetos al semidios. El emperador era la vida de aquellos pobres y desgraciados ciudadanos. Sin él nada era posible. Y ellos le debían todo lo que eran. O eso pensaban.
Claro que había quien no pensaba así, pero eran los menos. Unos desagradecidos que no eran capaces de comprender hasta dónde llegaba la gloria del emperador. La ley se encargaba de estos renegados. Qué hacían con ellos era lo de menos, lo tenían merecido.
La cabalgata imperial avanzaba despacio por la calle arriba. Tropas y caballerias pasaban en aquel momento y las fanfarrias de la banda de música anunciaban que la gran carroza imperial estaba llegando.
Al paso del carruaje, como estaba estipulado, todos los ciudadanos debían inclinarse. El hacer el saludo ante la simple fotografía del emperador era una obligación. Parsimoniosamente los cuerpos se doblaban en ángulo recto por la cintura, en el dictado saludo al dueño de sus vidas.
Mas no todos se inclinaron. En la tercera fila, junto a una farola llena de guirnaldas, un hombre permanecía de pie. Impertérrito, con los ojos cerrados, pero erguido. Nadie se dio cuenta pues tenían la vista en sus propios zapatos.
A la altura del hombre se detuvo la carroza. El emperador señaló hacia aquel individuo y el general hizo amago de sacar la espada. La gente de delante y detrás de la carroza, los que ya se habían levantado y los que aún no habían tenido que hacerlo, se miraban indignados. Los que permanecían agachados comenzaron a extrañarse de la situación y poco a poco, sin cambiar de postura, empezaron a girar la cabeza para ver qué sucedía. Inaudito. Aquel individuo insultaba al emperador. Esperaban un castigo ejemplar. No inclinarse al paso de su Magnanimidad. ¡Cómo se permitía semejante blasfemia!
Alzando las cejas comprobaron como el gran señor detenía al militar y tras poner su mano en la muñeca, fuerte y potente, del general éste envainaba el arma y la comitiva continuaba. Lentamente la gente comenzó a levantarse de nuevo mientras más adelante, como una onda, los ciudadanos iban agachándose y alzándose al pasar el carro imperial.
Cuando ya había pasado la cabalgata todas las miradas estaban fijas en aquel individuo. Él parecía no estar afectado en lo más mínimo. Suerte tenía que el emperador hubiera tenido la grandeza de perdonarle en público.
Pero no podía quedar la cosa aquí, ni mucho menos. Empezaron a increparle y a recriminarle su actitud. Él trataba de explicarse pero, cuando iba a comenzar a hablar,alguien cogió un adoquín del suelo y lo lanzó con tal puntería que le dio en la cabeza. Con la mano en la herida el hombre se apoyó en la farola, sangrando abundantemente. ¡Ni aun así se inclinaba el testarudo!
Uno que estaba a su lado, indignado, le derribó al suelo al grito de: ¡Inclínate, cabrón!. Comenzaron a lloverle patadas. Todos querían dar una lección a aquel tipejo desagradecido.


La mañana se despertó fresca y luminosa. La prensa se desayunaba con una noticia que consternó a toda la ciudad.

          "En la tarde de ayer, tras el paso de la cabalgata imperial, unos energúmenos golpearon hasta la muerte al heroe nacional Dimitri Raso. Raso era excombatiente y tenía una grave invalidez. Una vieja herida de guerra que había sufrido cuando salvó a nuestro amado emperador de una muerte segura. Es por esto que el emperador está grandemente triste.
Raso estaba operado de la columna repetidas veces por dicha herida, lo que le impedia muchos movimientos. Muchas veces condecorado, Raso era una persona de gran humildad y había rehusado muchos ofrecimientos de nuestro emperador para ser ministro o algún título de nobleza.
Su Magnanimidad ha comentado que la última vez que le vio fue en la propia cabalgata, donde le reconoció y saludó con gran respeto.
Habrá un acto oficial por su funeral y se decretarán varios días de luto en recuerdo de su y por su eterno descanso."

La ignorancia es peligrosa en sí misma.
 
 
 

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