martes, 28 de enero de 2014

A Nanna


 

Apareciste un día de septiembre, como esas flores de invierno que se equivocan de primavera por dos días de sol, y luego se marchitan pero dejan el recuerdo de un perfumado domingo. No sabía de tu mal. Y solo encontré sonrisas y ánimo, porque te sobraban. Entre hierros y cristal, deshojamos unos días de charla cercana desde tan lejos.

Nunca presagié el desastre, aunque tus rojos cabellos debieron avisarme del ocaso cercano. Equivocamos los papeles, o quizá no, porque eras tú quien necesitaba consuelo. Y sin embargo, con cuatro frases sabias, me hiciste comprender muchas cosas de la vida. Solo me apena no haber podido hablar más. Nuestra conexión se reduce, se condensa, se concentra, en quizás tres folios de palabras respetuosas y educadas, con una chispa de ironía. Pero bastó para entendernos y que haya creído que me falta un trocito cuando te tuviste que marchar.

Y así lo creí por un par de horas hasta que hablando con nuestros comunes amigos, con Marina gracias a la cual te conocí, y con todos los demás (Rodrigo, Isabel, Mercè, …) me dí cuenta de que no te fuiste. Sigues aquí mientras hablamos de ti. Mientras te recordamos. Mientras te hablamos. Y todos te seguiremos invitando a que nos animes.

 

Hoy hay una nueva estrella, roja y brillante, en el firmamento. Es Trinidad, libre y serena, que nos aguarda allá donde van las buenas personas. Porque ella no pudo esperar, y nos dejará encendida la luz de su sonrisa, para que no nos perdamos en el camino y podamos acompañarla un día.

 

Haz bastante café, que seremos muchos.

 

Como te dejé escrito en nuestra conversación inacabada, “hasta la próxima”.


 

2 comentarios:

pepe dijo...

¡UF! Antonio, me he quedado con la mente en blanco o tengo tantas cosas que decir que no me sale nada. Impresionante y duro como la vida.

Ousmane dijo...

Muy emotivo,me dejaste sin palabras