lunes, 18 de noviembre de 2013

Perfecto presente imperfecto

Mi colega bloguera, Melodie, de blog "Positiva dimensión", ha publicado una entrada con el título "Ellas tampoco son perfectas".
He decidido contestar a su blog desde el mío.



La belleza está en los ojos del que mira. Lo que para unos es bonito y agradable, para otros es una aberración. Como dijiste, para gustos, colores.

Bien es cierto que también somos esclavos de un producto que nos venden y nos dicen cómo ha de ser lo que nos debe gustar. En todo, no solo en la belleza. Nos dicen cual es el coche que nos debe gustar, como ha de ser nuestra casa, nuestra ropa, nuestra comida. Y caemos en la trampa. Nos dicen cuando debemos regalar y qué. Nos dicen hasta en que hora debemos vivir. Somos niños pequeños en manos del mercado.

Esto que dices de las mujeres “perfectas”, se puede aplicar a los hombres “perfectos". Cuerpos musculados, barba de tres días, pelo planchado y reestructurado o perfectamente rapado, ropa y calzado adecuado y como no, vehículo a juego con el conjunto.

Pero resulta que el 99% de los hombres y mujeres que babebamos unos por otros, por esas fotos de revista, no somos ni por asomo parecidos, ni lo seremos jamás. Ni estaremos nunca con uno de esos cuerpos al lado. Y con todo, es una suerte.

Primero porque para poder estar a su altura, tenemos que ser como ellos. Y eso implica parte de genética y aporte de mucha, pero mucha, “chapa y pintura”.

Segundo porque ese mundo es tan ficticio como esos cuerpos.

Tercero porque es todo tan triste detrás del telón. Nos los presentan como lo mejor para hacernos esclavos, pero no nos enseñan que esos modelos son también tan esclavos y están tan rotos, como los que les siguen pasando páginas de papel couché

Es tan peligroso a los 14 como a los 40. A los 14 es enfermarse, a los 40 es patético.

Está claro que has querido exagerar un poco al decir que cualquiera con unos potingues podría ser una “Victoria’s Secrets Angel’s”, pero has dado a entender que una capa de maquillaje bien dada es capaz de transformar a una cara normal o incluso demacrada, en una belleza. Algunos se quedan con lo superficial del mensaje.

También te dicen que hay quien tiene SUERTE de tener un cuerpo y una cara así por naturaleza. Claro, hay quien ya nace con rasgos “Victoriasecretianos”. Lo de la suerte, bueno, eso es como decir que tienen razón. Yo considero una suerte el poder nacer en un mundo donde no tengas que pelear por un trozo de pan, y que puedas ir al colegio gratis, y que no tengas que arrastrarte por el suelo para conseguir atención médica, y hasta el tener todos mis sentidos medio bien. Y si no los tengo, al menos tenga acceso a suplementos que me lo permitan (léase gafas, audífonos, sillas de ruedas, etc.) Una suerte es levantarse cada mañana y tener para comer, o dónde trabajar. No tener que pensar si hoy caerá una bomba que matará a mis hijos. No tener una enfermedad crónica, un cáncer o una depresión. Que luego soy más bajo, más gorda, más calvo, más cegato, más dentudo, más arrugada, más mayor, más enclenque, más torpe o mi coche es más antiguo, es cuestión de que somos mayoría.

Lo de la belleza por dentro, es un consuelo de tontos. La belleza está por fuera, pero no es cómo nos la imponen. La belleza está en tus ojos cuando alguien te gusta como es. Con sus defectillos.

Me gusta, aunque esté gordita, aunque sea bajita, aunque ya tenga unos añitos, aunque use gafas.

Me gusta, aunque tenga barriguita, aunque tenga entradas, aunque sus hombros sean flojitos, aunque pinte canas y arruguillas en los ojos.

Me gusta aunque no sea un modelo de Hugo Boss, aunque no sea un Angel de Victoria’s Secrets.

Me gusta porque es ella, o porque es él. Y además. Me gusta precisamente por eso. Por sus canas, por su calva simpática, por su culo generoso, por sus pechos pequeños, por sus años reflejados en sus ojos, por su boca imperfecta, por su ropa desaliñada, por su porte desgarbado, por sus brazos flacos, sus tobillos gruesos, sus dientes un poco movidos, su pelo “impeinable”. Me gustan sus ojos aunque no son azules como el mar, ni sus dientes blancos como el nácar, ni sus labios gruesos y rojos como fresones. Me gustan sus manos, sus dedos que saben tocarme. Me gustan sus pecas, sus cicatrices, sus arrugas, sus enfados y su risa.

Deja los perfectos para el papel y dame una imperfección adorable.


A Melanie.

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