miércoles, 10 de febrero de 2010

Carta abierta a un Dios inexistente

Estimado Dios:

No creo que exista, eso quiero dejarlo claro desde el principio, pero haré un ejercicio de imaginación, como si escribiese una invitación de cumpleaños al Rey aun a sabiendas que ni la leerá ni vendrá. Tan solo decirle que usted, no se como tratarle e imagino que es lo suficientemente educado el trato de usted, en su trabajo o gestión deja mucho que desear.

Para mostrarle el porqué de mi reflexión le recordaré algunas de las lindezas de sus obras y usted mismo haga un acto de meditación y dígame si estoy o no en lo cierto.

Cabria que me incriminara el que yo cometa fallos en mi vida diaria y tampoco cumpla todos los objetivos que me son encomendados pero en mi descargo le recuerdo que yo soy un simple mortal, humano, falible y sin más poder que mi libre pensamiento y dos manos que, si bien son un milagro de la naturaleza solo digna del ser humano, tiene sus fallos y limitaciones. Usted en cambio es, por que usted así lo quiso: Único, infinito, eterno, inmutable, omnipresente, omnisciente, omnipotente y soberano. Dicen tambien, aunque tengo mis dudas, que es: Justo, amoroso, santo y coherente.

A pesar de sus virtudes y empezando mi lista de fracasos, le diré que es usted un irresponsable, un soberbio cruel y despiadado, incompetente y arbitrario. Indolente, imprudente y olvidadizo por no decirle dejado.

Creó usted un mundo perfecto en donde podríamos vivir con holgura y en paz todas las criaturas concebidas tambien de su pródiga mano. Se le olvidó hacer una naturaleza menos catastrófica y alocada. Un fallito sin importancia de no ser porque tenemos que vivir inmersos en ella y a su merced. Digamos que es la hija rebelde a la que habría que domar. Un trabajo enorme al que no está dispuesto a atender.

Se le “rebotó” uno de esos seres perfectos que creó, esos ángeles cuya misión es estar cantándole alabanzas y regalándole el oído por toda la eternidad y en lugar de castigarlo o contenerlo en una esquina alejada de su limpio Cielo, nos lo envía a la Tierra, a tentarnos y mortificarnos. Tiene usted un sentido de la limpieza un tanto exclusivo, la basura al cuarto invitados.

Crea usted al ser humano a su imagen y semejanza, nos da libertad de pensamiento y elección pero luego nos prohíbe creer en lo que queramos y nos oculta las cosas que a usted no le interesa que sepamos. Eso sí, cuando lo averiguamos por nuestra cuenta nos echa del Edén. Si es usted omnipresente, debió cuidar más el dichoso arbolito. Estaría usted en otras cosas.

Elige usted un pueblo concreto, el resto no merecíamos esa condición demostrando una vez más el amor del que usted se vanagloria por los siglos de los siglos. Envía a ese pueblo a destruir y matar al resto de desgraciados individuos que tienen la desventura de no entrar en su infalibles planes. Otra prenda de su amor y sapiencia.

Pero es que dentro de ese pueblo escoge usted de entre los más piadosos y que le son más fieles y no los premia sino que, muy al contrario, les somete a pruebas inhumanas y vejaciones dignas del más oscuro de los psicópatas. Les hace pasar hambre y calamidades, torturas sin cuento, llagas y enfermedades y hasta les envía un par de veces a matar a sus propios hijos. Pero que se puede esperar de alguien que envía a su propio hijo, su único hijo (aquí se lía usted un poco ya que antes nos dice que todos somos sus hijos pero parece que se queda con el predilecto, quizás por que era el único que sabia convertir el agua en vino y el resto se lo bebe sin más) a morir tras cruel tortura. Y dice que es por salvar a la humanidad. Dos mil años después vemos que el pobre Jesús murió para nada, de haberlo sabido seguro que se habría largado a malgastar su vida como cualquiera esperando la vejez y la jubilación montando una taberna en Jerusalén justo al lado de la piscina municipal. Un negocio boyante y fructífero.

Tiene usted un sentido del humor muy particular. Decide inmolar a su ojito derecho para salvarnos de algo que usted mismo ha creado y permitido. O las bromas se le estaban yendo de las manos o los milenios se le echaban encima. Eso era cuando usted se manifestaba y nos dignaba con su presencia. Aquellas pobres gentes tuvieron la suerte de disfrutar de su infinita presencia, la mayoría de las veces para “acojonarlos” con llamas ardientes y plagas bíblicas todo hay que decirlo. La Humanidad era entonces como un niño pequeño que balbuceaba, se lo hacia todo encima y necesitaba su omnipresencia. Y allí estaba usted como buen padre para reñirles cuando se portaban mal, aunque tal riña supusiera un diluvio universal o una lluvia de azufre y hielo. Es que usted no mide su fuerza y se le va de las manos. Pero lo importante es la enseñanza.

Lástima que esa enseñanza, como suele sucedernos a los padres mortales menos omniscientes, trae una réplica en el comportamiento de los hijos y así, al igual que los nuestros que si les castigamos cruelmente repiten ese procedimiento en los amiguitos del colegio, sus amados hijos lanzaban azufre y fuego contra los compañeros de otras naciones. Y usted no hacia nada, porque seguro que estaba ocupado inventando calamidades para probar cuanto le querían y cuanto eran capaces de soportar por su divina gracia.

Tiempo después, al crecer ese niño malcriado que es la Humanidad, nos dejó usted un poco más abandonados. Nos hacíamos mayores y quizás le aburríamos un poco. Ya no éramos tan graciosos y dejó de visitarnos. El trabajo, las preocupaciones, ya se sabe. Es usted un ser muy ocupado, ser Supremo tiene que ser duro. Pero no nos dejó solos, no. Nos dejó unas “niñeras” magnificas. Una especie de institutriz de las de antes. La Iglesia se llamaba, y se llama, porque como no estamos considerados mayores de edad aun tenemos tutor.

Como buena institutriz es inflexible, casta, perversa y anticuada. Nos guía moralmente y nos indica en cada momento qué tenemos que hacer y nos colma de prohibiciones. Nos castiga si no seguimos sus enseñanzas. Mientras, usted nos ha dejado totalmente a su merced. Ya no quiere saber nada de nosotros. Usted ni está ni se le espera. Eso sí, su institutriz nos sigue castigando y maltratando y usted que nunca ha sido buen padre, ni se entera ni quiere saber nada. Sufrimos no obstante de las negligencias de su incompleto trabajo, de su falta de previsión y su cínico humor. Es usted un mal padre y yo, si fuese hijo suyo, renegaría de usted.

El consuelo es que usted, sencillamente, no existe. La Iglesia nos habla de que tenemos un padre bueno y amoroso, que tambien se enfada a veces, pero que no podemos ver y tenemos que creer en su existencia aunque nunca le hayamos contemplado. Aquí no hay pruebas de paternidad ni libro de familia al que agarrarse. Entre tanto nos asusta con las llamas de un infierno, la ausencia de su divina figura (por otro lado algo a lo que estamos acostumbrados) y el ostracismo.

Mire usted, por mi se queda usted con sus amados hijos, su siniestra institutriz, su Cielo y su Edén. Déjeme con mi mísera existencia sin su divina presencia.

Con afecto y cada vez más convencido de su inexistencia, se despide su oveja descarriada.

3 comentarios:

pepe dijo...

ULAHD,cuanta razón llevas. Es verdad que el sentido del humor de este supuesto creador de los creadores es particular y, si no, que se lo pregunten a los haitianos que tienen experiencia. Y a todo esto, como le llama nuestro querida Madre Iglesia ¿Amor subrealista quizas? claro si como tu bien dices,fue capaz de permitir que crucificaran a su ojito derecho, que mas podemos pedir el resto de los mortales.Y a sus fieles seguidores que mas podemos contarles si son felices, ULADH. Que continuen siendo felices, pero que no interumpa, dandonos clases de moralidad cristiana, creando normas religiosas e inventando leyes, porque la fe es fruto de la imaginación y no de la realidad. Uladh, pedazo de carta ¡eh! dudo mucho que la respueta te venga del cielo, pero quien sabe a lo mejor te viene de la tierra. Suerte.

Manoleitor dijo...

Dicen que la ignorancia da la felicidad. ¿A quién no el gustaría creer que después de muerto va al paraíso? A mi me gustaría creer en algo y estar así más tranquilo, pero la evidencia de que no hay nada es más que patente.
La respuesta a esto es "tú es que no tienes fe".

Como siempre digo, el nivel de borreguismo es directamente proporcional a la incultura de la masa. Por eso cada día quedan menos fieles, ya no es tan fácil que nos vendan la moto.
Que se convierta la Iglesia en una ONG, seguro que les iría mejor.

De lo que estoy convencido es que la persona de Jesús como ser humano y mortal tuvo que existir, pero de condición divina nada. Seguramente fuese un revolucionario en su época, que la tuvo que "liar parda", si no, no me explico que 2000 años después se siga hablando de él. Lástima que la Iglesia se montó el cuento a su costa.

Un saludo Uladh.

Harbrann dijo...

Cuanta verdad y que bien dicha. Escribir es lo tuyo hermano.