5 de marzo de 2004
Una semana antes de los tristemente famosos atentados de
Madrid, los Astilleros públicos de España teníamos una macromanifestación en la
capital del Reino. Cinco mil que comenzamos a subir por la calle Velazquez, nos
convertimos en once mil manifestantes casi una hora después, en una clara y tibia
mañana.
Pero rebobinemos, porque no vengo a contar lo que sentí
aquel día épico, sino lo que aconteció durante la madrugada anterior en… “El día
que casi me ametrallaron”.
Salimos a las once de la noche del día anterior. Se fletaron
autobuses para llevarnos a los trabajadores desde toda España, pero yo rehusé
usarlos porque me resulta imposible viajar en uno de esos artefactos. Estuve 4
años haciendo autostop en la carretera entre Chiclana y Puerto Real, desde los
14 años, por no subirme en uno. Me resultan insoportables. Incómodos, asientos
mugrientos algunas veces, desvencijados, chóferes que se creen que llevan un
coche de caballos o un Ferrari, interminables horas sentado sin poder ni
estirar las piernas ni los riñones. Y por supuesto para un agorafóbico practicante
como yo, criminal. Que ahora por la crisis y por ayudar al planeta a
descontaminarse, (vale solo por la crisis) he tenido que dejar el coche en el
garaje en la calle y tomar el autobús de la empresa y joderme acostumbrarme, es
otro tema.
Pero volvamos a aquella noche. Tomé la determinación de ir
en mi vehículo particular y salir a la misma hora que los buses y seguirlos,
aunque al final me fui por mi cuenta. Me acompañaban mi mujer, mi cuñada (que
quería vivir in situ un evento como el que íbamos a tener) y un compañero que
sería el que me relevaría conduciendo para no tener que parar.
La mañana antes me habían pedido que llevara los palos que
servirían de astiles para las banderas andaluzas que exhibiríamos durante la
manifestación y que alguien llevaría en un rollo (que aún tenían que comprar y
por eso no se pudieron hacer). Así es que nos pusimos en marcha.
Todo iba perfecto, sobre todo para mí que iba durmiendo en
el asiento del copiloto. Yo conduje hasta salir de Andalucía por Despeñaperros
y allí, en Santa Elena, nos relevamos. De repente el compañero me despierta a
empujones.
-
Quillo, el mando de la ventanilla dónde está.
-
Joder – le digo – ahí en la puerta.
-
Pero dónde, cual es –dijo apremiante.
En eso momento me doy cuenta de que nos apuntan con
linternas y se oyen fuera gritos voces de alguien que dice “Que abras la
ventanilla, coño”.
-
Es la Guardia Civil, un control, dónde está el botón pa
abrir, que no quieren que abra la puerta.
Yo me agacho para darle al botón y en ese instante empiezo a
oír un griterío afuera, de voces dando el alto y de manos arriba. Un perro
saltaba como una fiera en mi ventanilla mientras una luz cegadora me sacaba los
ojos. Levanto las manos.
-
Qué manipulas ahí, eh, qué manipulas –dijo el que después
se identificó como teniente.
-
Es que no sabía donde estaba el mando –dijo mi
compañero.
-
Cómo que no sabes dónde está el mando.
-
Es que el coche no es mío –la hemos liao.
-
Cómo que no es suyo, ponga inmediatamente las manos
sobre el volante.
-
Mi teniente, hay dos más en el asiento trasero.
Mi mujer y mi cuñada, tapadas por una manta hasta las cejas
por el frío, levantan las manitas como conejitos atrapados.
-
Las manitas, que yo las vea, arriba. (cada vez que he
visto lo del crimen de los abogados de Atocha me ha recordado a aquella escena
real). Y usted (por mi) salga del vehículo.
Ya mi compañero le había explicado al teniente que el coche
era mío.
-
Y porqué lo lleva él –me pregunta un picoleto que me
apunta con una metralleta y una linterna.
El perro me salta a la cara y noto su aliento y me salpica
de babas. Yo que tenía entonces unas melenas hasta más allá de los hombros, me
las aparto de la cara, aun adormecido.
-
Me quieres quitar la luz de la cara y el bicho este que
me va a morder –digo en un acto más de inconsciencia que de chulería.
-
Que salgas del coche te digo.
Total que salí de allí y me cachea.
-
Pero qué buscas.
-
Tú estás tonto o qué –me grita el teniente que ya se ha
puesto a mi lado, un chavalín que no tendría más de 25 años recién salido de la
academia y al que le habrían puesto aquel marrón. –Que he estado a punto de
ordenar abrir fuego cuando te he visto manipular.
-
Mira, yo no manipulaba na. Estoy durmiendo
tranquilamente y me dice que está la Guardia civil y que le diga dónde se baja
la ventanilla y se lo he dicho.
-
Pues estamos muy nerviosos eh, te has librado por un
pelo chaval (supongo que ya estarían atentos a algún movimiento sospechoso que
luego se tradujo en la masacre de la semana después).
-
Sí vamos que tengo pinta de etarra o qué.
-
No me vaciles chaval, no me vaciles y abre el maletero.
Adónde vais.
-
Vamos a Madrid a una manifestación de Astilleros.
-
¿Eres de Astilleros?
-
¿Me puedes quitar la linterna de la cara que es que no
veo na? Sí, soy de Astilleros, sí. Vamos a pedir que no nos cierren.
-
Qué llevas ahí –le enseño el equipaje ya que habíamos
decidido echar todo el fin de semana en Madrid, y de pronto ve los palos. –Y eso
para qué es.
Por un momento pensé decirle que era de mi padre para
sujetar las tomateras, pero por suerte lo deseché al instante. Se lo toma por
cachondeo y me llevo una ostia y duermo en la furgona, que por cierto luego
comprobé que había quince o más haciendo un pasillo en zig-zag en toda la autovía.
-
Es para la manifestación –Ahí arreglándolo.
-
Cómo que para la manifestación.
-
Para hacer banderas.
-
Pues me parece que no vais a tener banderas. Ya puedes
sacarlos y tirarlos ahí al arcén.
-
Como usté mande teniente.
El perro seguía ladrándome y levantándose, y ya me estaban
empezando a tocar los cojones.
-
Teniente, le quiere decir a este hombre que me quite el
perro de encima y me deje de apuntar con la metralleta. Es que me va a morder o
se le va a escapar un tiro –ahí buscándome la ostia.
-
Cabo, puede retirarse. Es que estamos muy nerviosos –empezó
a disculparse – y te he visto ahí manipulando…
-
Otra vez con manipular, que le estaba diciendo a…
-
Ya pero yo que sé si el coche es tuyo y el conduce y
con… -me señala el pelo – y luego las chicas de detrás metidas bajo las mantas.
-
Es que somos de Cádiz y allí ya hace un calor que te
cagas y no veníamos preparados. Tenían frío.
-
Ya hombre, ya. Venga seguid y tened cuidado no forméis
na grave en Madrid.
-
Venga, de acuerdo y gracias por no matarnos.
-
Anda tira ya que no me arrepienta. Y la próxima vez no
manipules.
Otra vez no manipules, si yo no… pero bueno era inútil seguir
con un dialogo de besugos. Lo mejor irse ya. Me subo al coche y me abrocho el
cinturón. El silencio era sepulcral. Y yo para romperlo no se me ocurre otra
que decir “Pos nos iban a ametrallar por etarras”.
La madrugada transcurrió con normalidad hasta llegar a
Madrid y luego, después de desayunar ya comenzamos a comentarlo en tono de
guasa. Que si todo era por mis pelos, que si creerían que llevábamos a las dos
secuestradas o que tenían goma 2 bajo la manta. Que mira que no saber como se
abre una ventanilla, que si encima te pones chulo con el del perro.
El fin de semana fue espectacular por la gran marcha
reivindicativa, y por que conocimos en persona a un gran hombre que tenía el
deber de conocer y que fue mi hermano Connle, que encima nos presentó a su
novia de entonces y nos acogió en su casa. Un gran final para endulzar el
¿amargo? comienzo.
Yo aun no soy muy consciente de que aquel día pude ser
detenido, o quizás algo peor. Desde entonces, aunque sigo respetando a la “meretérica”,
he dejado de tenerles miedo, porque sé que ellos tenían más miedo que yo esa
noche.
2 comentarios:
Tch... por Madrí y sin avisar... No tienes perdón de Dió... XD
Desde luego, tienes una habilidad para meterte en líos... pero es como dices, andaban más acojonados que un cura en una redada contra la pedofilia. Eso sí, que por llevar pelos te puedan parar y luego no se atreven con cada manojo de angangos que van por ahí con peores pintas... manda cojonzuelos.
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